lunes, 23 de mayo de 2016

Sensación de tarde de verano

Esa sensación.

Estás tumbado en la cama, con la ventana abierta. La luz entra a raudales, pero suavemente. Se cuela como un invitado amable. No sabes cómo, pero lo llena todo. Simplemente, el mundo está lleno de luz. Y tu habitación es un dulce recodo de sombra, fresco y relajante, pero claro como el día que hace fuera. Tal vez tienes los ojos abiertos, mirando al infinito, o tal vez los tengas cerrados, pero en cualquier caso, no piensas en absolutamente nada. Sólo disfrutas del momento mientras escuchas a tu alrededor.

El silencio.

La casa está en silencio. No hay nadie. Todo es apacible. Tranquilo. Como una respiración sosegada. El único sonido viene de fuera. Unas voces y el sonido errático de un pájaro. Es curioso, pero normalmente odio el sonido de los pájaros. Pero no éste. Las voces están lo suficientemente cerca para percibirlas, pero no lo bastante como para que no suenen lejanas. Ocasionalmente también llega el ruido remoto de un coche pasando. Escuchar una calle llena de coches sería molesto, pero sólo es uno. Los sonidos, tan distantes, se escuchan aislados. Dan una sensación de soledad.

Pero no esa soledad desagradable de sentirse solo, aburrido y amargado, sino esa soledad de sentarse en el patio de colegio durante las vacaciones y cerrar los ojos, sintiendo la calma a tu alrededor. Escuchas el silencio de la hierba y las hojas meciéndose suavemente a la leve brisa bajo una agradable temperatura. La quietud. La calma. Sientes que el mundo está en paz, y te sientes en paz con el mundo. Es como si de pronto toda la gente de la Tierra se hubiera desvanecido y te hubieses quedado tú solo en el centro de un vasto vacío, sintiendo dulcemente el latir del universo. Ésa es la sensación de escuchar las voces, el pájaro y los coches ocasionales sonar cerca, pero a lo lejos. Te da la sensación de que una barrera invisible te ha separado del mundo, y que el tiempo se ha detenido en un maravilloso instante congelado en el que ni una sola preocupación cruza tu mente. Esa placentera sensación que hace pensar en una tarde de verano. En el mundo privado de los patios traseros. En una casa que no te ahogue. En un hogar al que le tienes cariño.

Es sensación de paz de la tarde de las vacaciones de verano. Saboreando la belleza de la libertad. El reposo de las preocupaciones, del ruido y de la vida. Esa sensación de que, por unos instantes, todo tiene sentido y no necesitas nada más que ese momento para que tu existencia sea completa.

Adoro esa sensación.

1 comentario:

mónica pía dijo...

de esos oasis que es necesario encontrar cada tanto...

saludos!