miércoles, 5 de junio de 2013

Asesino. Capítulo 4.

So this is my cassette I’m sending you, I hope your hear it. I’m in the car right now, I’m doing ninety on the freeway. Hey, Slim, I drank a fifth of vodka, you dare me to drive? You know that song by Phil Collins, “The air in the night”, about that guy who could have saved that other guy from drowning, but didn’t? (…) That’s kinda how this is. You could have rescued me from drowning. Now it’s too late, I’m on a thousand downers now, I’m drowsy, and all I wanted was a lousy letter or a call. (…) You ruined it all. I hope you can’t sleep and you dream about it. And when you dream, I hope you can’t sleep and you scream about it. I hope your conscience eats at you and you can’t breathe without me. See, Slim –shut up bitch, I’m trying to talk!–. Hey, Slim, that’s my girlfriend, screaming in the trunk, but I didn’t slit her throat, I just tied her up. See, I ain’t like you, because if she suffocates she’ll suffer more, and then she’ll die, too. Well, gotta go, I’m almost on the bridge now. Oh shit, I forgot. How I’m supposed to send this shit out?

My tears gone cold, I’m wondering why I got out of bed at all. The morning rain clouds out my window and I can’t see at all. And even if I could, it would all be gray, but, your picture on my wall... It reminds me that it’s not so bad. It’s not so bad.

(…)

I've seen this one shit on the news a couple weeks ago that made me sick. Some dude was drunk and drove his car over a bridge, and had his girlfriend in the trunk, and she was pregnant with his kid. And in the car they found a tape, but it didn't say who it was to. Come to think about it, his name was... it was you.

Stan (Eminem, featuring Dido).

Héctor se siente como Slim al darse cuenta de que su fan se ha suicidado por no contestar a sus cartas a tiempo. Conmocionado. Apabullado. En shock total. En esos momentos todo parece estar detenido, suspendido en el aire. Todo parece funcionar como en un duro sueño, lento como en el agua, denso el aire como el mercurio. Mercurio frío. Silencio frío. Nada parece real. Pero Héctor, poco a poco, reacciona.

Protegerse. Avisar. Socorrer. ¿No eran algo así las tres reglas que enseña la Dirección General de Tráfico? Héctor aprobó (al segundo intento) el examen teórico para sacarse el permiso de conducir. No ha podido sacarse el práctico, porque no hay dinero para pagarse las prácticas. Bueno, pero al menos sabe lo que tiene que hacer… más o menos. El ritmo de sus latidos se acelera. Las palmas de sus manos y sus axilas sudan, siente calor en todo el cuerpo, y el insoportable picor de la sangre al calentarse. Héctor está terriblemente nervioso. Con los dedos frágiles y temblorosos agarra el móvil y teclea torpemente el 1, 1, 2. Hola, quisiera avisar de una emergencia. Se ha producido un accidente de coche en la calle tal de la ciudad tal. Un coche… un turismo… se ha estrellado contra una parada de autobús. No, no sé, lo primero que he hecho ha sido llamar. ¿Debería llamar también a la policía? Sí, claro.  Bueno, adiós.

El joven se acerca a la masa retorcida de chatarra y goma que es ahora el automóvil siniestrado. Echa un rápido vistazo a través de las ventanas destrozadas. Dentro del coche hay tres personas. Una de ellas es una niña pequeña, tal vez de unos ocho o diez años, en el asiento de atrás. También hay una joven, una chica, unos años más mayor, que es el copiloto. Tal vez llegue a la veintena. Por último, está la conductora, una mujer de tal vez cuarenta años. De todas formas, Héctor no puede verlas bien. Se encuentran visiblemente atrapadas entre el amasijo humeante de hierros de la carrocería. La chapa se ha combado de forma increíble en algunos puntos. Parece mentira que el metal pueda ser tan maleable en frío. Ninguna de las tres está consciente. La madre (Héctor supone que es la madre de las otras dos), en concreto, tiene una desagradable, fea y enorme mancha de sangre adornando su rubia cabellera.

Se hallan inmovilizadas por los cinturones de seguridad. No parece que haya forma segura de hacerlas salir, y Héctor no quiere arriesgarse a provocarles una lesión seria. Así que decide esperar, deseando que todas se encuentren bien. La ambulancia se encargará en cuanto llegue. Pero… ¿cuánto va a tardar?

Héctor espera, nervioso. Los segundos parecen transcurrir tan lentamente que duelen. En la cabeza del muchacho aparece de pronto la imagen de un carámbano de hielo derritiéndose con las primeras brisas de la primavera. Con un gotear parsimonioso que se hace eterno. Gota tras gota, tan lentamente formadas, nunca parecen llegar…

La luz saca al chico de su ensimismamiento. El alma se le cae a los pies. Un Uróboros cruento y terrible da vueltas en su estómago. El coche se ha incendiado. Las llamas bailan la danza de la muerte como espíritus traviesos y macabros por sobre el acero cromado. Arrancan destellos fabulosos que invitan a perderse en el espejismo. Las mujeres están en peligro. A los oídos de Héctor llega el sonido angustioso de una tos infantil. Con paso apresurado se obliga a sí mismo a acudir al vehículo destrozado. Desde el exterior puede ver a duras penas a la niña, agitando débilmente su pequeño cuerpecito mientras tata desesperadamente de salir. El instrumento que le ha salvado la vida hace un momento es ahora su trampa mortal. Héctor se tumba junto al coche para poder verla mejor y le grita que va a hacer todo lo posible por sacarlas de ahí. Le dice a la niña que se tape la boca con algo para que no respirar el humo. El mismo Héctor se sube el cuello del jersey y se dirige a la puerta del copiloto. El coche es pequeño, de ésos que no tienen puertas traseras. Para sacar a la pequeña tiene que dejar primero el camino libre desde los asientos delanteros. Héctor prueba la puerta, que, milagrosamente, no está atascada. Con un crujido terrorífico se abre violentamente, dejando caer sobre su eje malogrado todo su peso, acompañado de la inercia. Héctor forcejea y lucha, maldice y hasta muerde el cinturón de seguridad de la adolescente, hasta que consigue soltarlo. Como buenamente puede la arrastra hacia fuera, haciendo acopio de toda su voluntad. El aire, que a su alrededor vibra, es sofocante. El tóxico humo se cuela por su nariz y su boca, haciéndole toser. Se marea. Aprieta los dientes y consigue sacar a la chica del asiento. Dirige su mirada, agotado, hacia la niña. Ahora mismo vuelvo a por ti, le dice, primero voy a poner a tu hermana a salvo (Héctor da por supuesto que son hermanas, porque ambas se parecen mucho, o esa es la impresión que le da en la penetrante oscuridad iluminada por el fuego; realmente no importa mucho ahora). La chicuela le mira con ojos espantados, desesperados, preñados de terror, y lágrimas. Ojos que le piden a gritos que no la deje allí sola. Que no la deje morir…

Héctor traga saliva y arrastra a la presunta hermana mayor durante varios metros. Los brazos le arden por el esfuerzo (no está acostumbrado a hacer deporte, y acarrear un peso muerto es infernal). Poco a poco, consigue alejarla lo suficiente. Lo justo para que esté a salvo en caso de que…

Pongo un pie en el andén y aspiro el humo de un cigarro que me lleva hasta Dios… y a la explosión del último tren.

Un estruendo grande como las montañas barre a Héctor como una implacable ola marina. A duras penas es capaz de sentir cómo su cuerpo es proyectado hacia atrás con violencia, siendo sumidos sus sentidos en un aturdimiento sordo, en el que todo lo que ocurre está envuelto en una neblina oscura y sangrante, como una cortina de muerte. Su cabeza pierde la noción de lo que está pasando. Todo está borroso. Los sonidos están apagados, yaciendo solamente un zumbido continuo en el fondo de sus pensamientos. Su cabeza parece una campana en día de funeral, tocando a rebato. La sangre golpea como un martillo en sus sienes. Dolor. Cuerpo de plomo. Destrozado y dolorido como el coche estrellado.

Tarda un buen rato en preguntarse qué pasa. Poco a poco empieza a despertar de su trance. Escucha voces a su alrededor. Movimiento. Figuras yendo y viniendo. Hay alguien inclinado junto a él. Alguien que ahora mismo está hablando con otra persona.

-Nada, hemos llegado tarde, el único que está vivo es éste. Parece ser que consiguió sacar a la pobre chica del coche antes de que estallase, pero al moverla debió de partirle el cuello o darle un golpe. No sé si hay alguien dentro del coche, pero si lo hay, ahora mismo está muerto.

Está muerto.

Están muertas.

5 comentarios:

maruxaina89 dijo...

¿ Y después soy yo la que causa tu preocupación?
Qué mal rollo, después de leer un par de líneas he tenido que ir corriendo a leer las partes anteriores...
Muy bueno, no quisiera yo verme en la piel del pobre Héctor.

Unknown dijo...

Me dejas intrigado con esta historia, a ver qué pasa luego tras la explosión. Me gusta como arranca el capítulo con esa canción con la que se identifica Héctor,

un saludo!

Unknown dijo...

Te he dejado un premio (mención) en mi blog,
Premios Liebster Award: un reconocimiento al esfuerzo que los blogueros dan a otros,

un saludo!

Amando García Nuño dijo...

Jodeeeer, Fénix, y yo que creía que Héctor nos había dejado en el capítulo 3 con un final abierto...

Pues, visto lo visto, a tu blog le iría mucho mejor unos tonos rosas o pastel, y música con campanitas, y burbujitas cayendo...

Anda que... Voy a tomarme algo.

Fénix dijo...

Nuevamente me dejas sin saber qué pensar... no sé si es que te ha disgustado la entrada, o qué... .___.