sábado, 19 de enero de 2013

Un cuento para no volver a soñar

El año pasado, cuando estaba de intercambio en Alcalá de Henares, hubo un concurso literario, y presenté esta historia a la categoría de relato corto. No alcancé el podio, pero me quedé satisfecho con lo que había escrito. Hay una parte muy mejorable porque es algo confusa y embrollada, y es fácil perder el hilo. Pero así quedó, y me da pereza retocarla:


Un cuento para no volver a soñar


 “Érase una vez un niño. Era un niño como tú, ¿sabes?” ¿Cómo yo, mamá? “Sí, cielo, un niño como tú. Como todos los niños son.” ¿Era muy pequeño, mamá? “Era pequeño, hijo, era pequeño. Todos hemos sido niños, todos hemos sido pequeños. ¿Por dónde iba? Érase una vez un niño, que caminaba por sendero tan laaargo que no veía el final.” ¿Y a dónde se dirigía este niño? “Pues no lo sabía.” ¿No sabía hacia dónde se dirigía? “No, no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo si no veía el final?” ¿Y entonces por qué caminaba, mamá? “Pues porque ya había empezado a caminar.” ¿Por qué había empezado a caminar? “Tampoco lo sabía.” ¡Pero mamá! “Paciencia, hijo, el cuento todavía no ha terminado. ¿Por qué le pones pegas al cuento si no puedes ver el final?” Perdona, mamá. “Caminaba, pues, por un sendero tan laaargo que no podía adivinar el final. Tampoco recordaba por qué había empezado a caminar, ni recordaba siquiera haber empezado a caminar. Solamente caminaba, sin más, teniendo la certeza de que algún día llegaría a algún cierto lugar.”
“Caminó y caminó, sin preocupación. No tenía hambre, ni sed, ni se sentía cansado. Simplemente caminaba, sin tener conciencia de cuanto acontecía a su alrededor. Hasta que un día comenzó a pensar. Al principio sólo pensaba en cosas banales. Pensaba en lo que veía, pensaba en lo que escuchaba, pensaba en lo que tocaba… Hasta que empezó a pensar en lo que no veía. Empezó a pensar en lo que no escuchaba. Empezó a pensar en lo que no tocaba. Finalmente pensó en lo que no existía. Y finalmente pensó, pensó, pensó en lo que podía esperarle allí donde acabase el camino. Pensó en si había allí algo que mereciese la pena tanto caminar, y pensó, Si existe un final realmente para este sendero, qué habrá más allá de él, que tanto se hace esperar. Y pensó en por qué estaba andando, andando, sin parar, por qué algún día, alguna vez, había echado a andar. Y se paró. Y miró al frente, muy lejos, intentando ver. Y miró a los lados, y miró hacia atrás. Y entonces vio una sombra.”
“Era una sombra negra, era una sombra terrible, era como una nube densa que flotaba detrás de sus pies. Era pesada como el hierro, a pesar de no haberla tocado, y sintió su corazón estrecharse y sus piernas correr, correr, correr para huir de la Sombra que pesadamente le perseguía, iracunda.” ¡Ay, qué miedo, mamá! “No tengas miedo, hijo mío, tu madre está aquí contigo. Además, el cuento sólo acaba de comenzar. Los cuentos, cuentos son, mi vida. ¿Alguna vez te he contado un cuento que acabase mal?” No, pero me da miedo. ¿Le va a pasar algo a este niño? Él no tenía a su mamá. “No, hijo mío, el no tenía a su mamá, pero nada malo le va a pasar, ya lo verás.” ¿De verdad? “De verdad.”
“El niño corrió y corrió, corrió sin descanso, hasta que no pudo más. Pero la Sombra siempre se mantenía detrás de él, como una burla cruenta. Si iba más deprisa, Ella iba más deprisa. Si iba más despacio, Ella iba más despacio. Y no parecía importar lo que hiciese. Así que tuvo que seguir caminando, con la Sombra a la espalda, pisando sus talones, mordiendo sus rodillas. Y siempre la observaba de reojo. Y en ningún momento podía mantenerse tranquilo, porque siempre que volvía la vista por encima del hombro, Ella estaba allí.”
“Fue así como tuvo que aprender a convivir con la Sombra. Hiciese lo que hiciese, hablase con quien hablase, la Sombra le acompañaba. Y como la Sombra le acompañaba, no podía ser feliz. Preguntó a mucha gente, interrogó a muchas personas, pero nadie supo decirle cómo deshacerse de la Sombra. Hasta que el niño, que ya no era un niño, porque era un chico, conoció a una chica a la que seguía, también de cerca, también de lejos, una Sombra.”
“Pero la chica, sentada alegremente, no parecía triste, no parecía apesadumbrada. Silbaba, feliz, o acaso tarareaba una canción. Su rostro era dichoso, y su sonrisa era radiante como el sol.”
“Cómo puedes ser feliz, le dijo, si veo que a ti también te persigue una Sombra.”
“¿Y por qué no iba a serlo? ¿Qué hace la Sombra que me moleste a mí?”
“Pero la Sombra es Negra, la Sombra es Terrible, la Sombra nunca nos deja en paz. Está en todo lo que hacemos, en todo lo que vemos, en todo lo que sentimos. Llevo mucho tiempo, demasiado tiempo, intentando conocer la forma de librarme de la Sombra.”
“¿Por qué quieres librarte de la Sombra?”
“Porque… ¿pero es que acaso no es obvio? No conozco a la Sombra, no sé su nombre, no sé cómo es. No es como yo, es diferente, y no me gusta. No me hace caso, no me obedece, y no sé qué hacer para librarme de ella. No me gusta.”
“A nadie le gusta.”
“¿Y entonces por qué la soportas?”
“¿Y qué voy a hacer si no? La Sombra no obedece, no nos hace caso, pero la Sombra nunca te toca, nunca te habla, nunca te molesta. Simplemente está ahí, en todo lo que hacemos, en todo lo que vemos, en todo lo que sentimos. Ahí se queda, desde ahí nos observa, y nada podemos hacer para cambiarlo. ¿Para qué luchar y ser infeliz, si podemos ir de la mano, Ella y yo? Ninguna nos hacemos daño. ¿Qué importa que no sepa su nombre, qué si quizás no lo tenga, si puedo aceptarla? ¿No andas tú el mismo camino que yo? ¿Sabes a dónde nos lleva?”
“No, no lo sé.”
“¿Y por qué caminas?”
“No lo sé. Nunca lo he sabido… pero lo acepto.”
“Entonces, simplemente acepta, y sigue el camino conmigo. Como hacemos todos. ¿No ves que todo el mundo tiene su Sombra?”
“Y el chico miró a su alrededor y vio que era verdad. Las personas a su alrededor, niños, niñas, hombres, mujeres, ancianos, ancianas… todos llevaban tras de sí, unos arrastrándola, otros suavemente tirando de ella, su propia Sombra. Y todos andaban el mismo camino, y ninguno de ellos sabía dónde estaba su fin. Y el chico miró con recelo a su Sombra, y no dejó por ello de tenerle enemistad. Pero a partir de entonces dejó de pensar tanto en ella, y tomando la mano de la chica, se pusieron juntos a andar el camino.”
Qué bonito, mamá. “Te dije que te gustaría, cielo. Pero el cuento no ha acabado todavía, ¿vale? Sólo espera un poco más…”
“Con el tiempo, el chico se convirtió en hombre, y la chica se convirtió en mujer, y tuvieron un niño, y eran felices. Caminaban los tres indefinidamente, sin preocuparse por aquello que pudiera haber más allá del camino, y en el camino hicieron muchos amigos, y todos iban por el sendero, juntos. Todos reían, y todos eran dichosos. Ya pocas veces pensaba el hombre en la Sombra, y a veces volvía a mirarla de reojo, y a veces sentía que su corazón se encogía, pero eran pocas, pocas veces ya se acordaba de Ella.”
“Sucedió entonces que un día se toparon con un hombre sin Sombra. El hombre estaba tumbado, muy quieto, a un lado del camino. El hombre y su familia, el hombre y sus amigos, se detuvieron a observarle. Está durmiendo, dijeron, y efectivamente el hombre dormía. Pero no tenía Sombra. Y no soñaba. Trataron de despertarle para preguntarle por qué no tenía Sombra, y por qué no soñaba. Pero el hombre dormido se limitó a quedarse allí, tirado, sin renunciar a ser el hombre dormido. Qué amargo tiene que ser, pensaron, estar dormido sin sueños. Es como no ver, no oír, no sentir, no respirar. No puede caminar ni soñar que camina. Es como no estar. Es casi como no ser. Me pregunto, pensó para sí mismo el hombre, pensó para sí misma la mujer, si habrá alcanzado lo que haya al final del camino.”
“No le dieron en ese momento más vueltas, y siguieron caminando. Pero otro hombre dormido más apareció. Y más. Y más. Multitud de hombres y mujeres, de todas las edades, aparecieron dormidos en el camino. Y a los viajeros que seguían andando el sendero esto les causaba desazón, porque no conocían sus nombres, así que no podían ver sus rostros. Y los que estaban dormidos no podían verles, ni oírles, ni tocarles, ni escucharles. Nada sabían de ellos ni parecía que alguna vez lo fueran a saber. Es triste, pensaba el hombre, pensaba la mujer, porque ellos están, ellos son, o han estado, pero es como si no fueran, es como si no hubieran estado, porque nosotros no les conocemos, y como nunca los conocimos, nada podemos guardar de ellos en nuestro recuerdo.”
“Y al hombre y a la mujer de pronto les pareció que la Sombra se encontraba un poquito más cerca de ellos. Y el niño por primera vez intuyó la existencia de Ella, pero como todavía no la había visto, como todavía no la había sentido, guardó silencio y no dijo nada.”
“Y entonces llegaron a un punto del sendero donde había varios hombres dando voces.  Y los viajeros se detuvieron, desconcertados.”
“Había personas de una y de la otra parte del camino, y en el centro había tres personas, dos enfrentadas entre sí y una tercera que observaba. Era esta última terrible de ver, porque tenía nombre, pero no tenía rostro, y no había Sombra que la siguiera, pero había una Sombra temible ciñéndole las manos. Las otras dos personas tenían rostro, y tenían nombre, y tenían Sombra, pero tenían, además, una segunda Sombra alojada en el pecho, que forjaba un lazo siniestro en torno a su corazón.”
“Dame esto que tienes, pues lo deseo para mí, decían las dos personas del centro a los que tenían a su alrededor, y éstas gentes lo daban. Dame más, pues todavía no estoy satisfecho, decían, implacables, los seres con la Sombra en el corazón, y cuanto más recibían de los demandados, tanto más crecía su negra y oscura Sombra, y más y más pedían, y más y más les daban.”
“¿Por qué hemos de darte más, si es que tanto ya tienes?, preguntó finalmente una de las personas que les estaban dando sus bienes, ¿No tienes acaso ya bastante? ¿Es que acaso lo necesitas? No lo necesito, le contestaron los otros, pero lo quiero. Pues yo sí que lo necesito. Tanto me quitas para seguir tu viaje que finalmente seré yo el que no pueda seguir mi propio camino, y parece que esto no te importa, mas debiera importarte, porque eres hombre, como yo. Pero la realidad es que no me importa, le respondieron de nuevo, con voz fría, tú sólo dame. No más te daré ya. Pues entonces te lo arrebataré de las manos.”
“Y entonces se volvieron hacia aquél que se hallaba, impasible, en el centro, y le dijeron Hazlo dormir, para nunca más despertar. Y el de las manos oscuras, pese a no tener rostro, boca, lengua o voz, soltó una escalofriante carcajada, y tomnó al hombre que se negaba a dar de la mano. Y el hombre simplemente se durmió. Y su familia y sus amigos se pusieron muy tristes, porque aunque estuviese dormido, ya no volvería a despertar. Y no soñaba. Quizás su mente haya volado a otro lugar, muy lejos, y allí sueñe, aventuraron algunos, con esperanza. Otros pensaron que no, que simplemente las Manos Sombrías le habían arrebatado para siempre los sueños. Qué triste porvenir era el que le aguardaba ahora, sumido para siempre en un profundo sueño de Oscuridad.”
“Y el hombre, la mujer, el niño y sus amigos observaron que la Sombra de cada persona allí reunida se acercaba un poco más a los hombros de sus perseguidos.”
“Ahora ya puedo tomar lo que se negó a darme, dijo uno de los seres de Negro Corazón. Mas, ¿por qué has de apropiártelo tú, le interrumpió el otro, cuando yo también lo quiero? No puede ser esto, y no será. Aparta las manos o yo mismo te obligaré a que las apartes.”
“Y se enzarzaron en violenta disputa, y como ninguno de los dos parecía superar al otro, de pronto acudioern a aquellos que les rodeaban. Haced de mi enemigo vuestro enemigo, pues ciertamente vuestra perdición es. Hacedlo, y os recompensaré. A algunos se les encendieron los ojos con estas palabras, al tiempo que se les apagaba un tanto la luz que las personas buenas tienen alrededor del corazón. Pero dijo la mayoría que de ninguna manera, que aquélla no era su contienda, y que no tenían por qué lucharla. Oh, pero sí lucharéis, sí, porque si no será vuestra maldición de todas formas. ¿Acaso no fue por mi petición que este infeliz se durmió para siempre? ¿Es que acaso queréis dejar de soñar vosotros? Y entonces de nuevo volvía a reír de forma espantosa aquel monstruo sin cara de humana apariencia, y muchos se estremecieron y vieron cómo sus Sombras se acercaban a ellos. Aunque éste no sea vuestro asunto, ¿qué os garantiza que mi enemigo no lo convertirá en vuestro asunto? ¿Cómo os vais a defender? ¡Ayudadme, pues yo puedo protegeros!”
“Tales fueron las palabras que se dijeron por ambas partes, y por ambas partes las mismas consecuencias de forma muy parecida se desarrollaron. La Sombra se apoderó de casi todos. A algunos les nació aquella segunda Sombra horrible en el corazón. A la mayor parte la Sombra que con ellos había ido siempre se les echó a las espaldas.”
“Y uno de aquéllos que ahora carga tan pesada llevaba encima, dominado y controlado enteramente por Ella, pidió al ser de las Manos Sombrías que sumiese en el Sueño a uno de los que estaban enfrente. Y éste lo hizo.”
“Gritó alguien terriblemente, porque era familiar o amigo. Y sucedió que a él o ella la Sombra le cubrió los ojos y le nubló la mente. Y bajo el control y el dominio entero de Ella, deseó que aquél que tanto daño le había causado sufriese tanto como él o ella. Y las Manos Oscuras cumplieron su deseo.”
“Y entonces la Sombra se alejó de sus ojos y volvió a colocarse tras sus pies, como había estado siempre. Y él o ella dijo, con horror, Qué he hecho. Y en el otro lado alguien preguntó también Sí, qué has hecho, porque éste o ésta que acabas de adormecer era mi familia, o era mi amigo, y ahora ya nunca más hablaré con ella o él, porque estará en el sueño para siempre. Y sucedió que la Sombra de esta persona que hablaba se alojó con una fuerza inusitada en su pecho. Y no controlada y dominada enteramente, pero llevada por Ella, esta persona pidió el amargo adormecimiento para aquél o aquélla que tenía delante. Y tal así fue. Pero no por ello se apaciguó su Sombra, porque ahora ciertamente deseaba de forma irracional que otros durmiesen, pues les echaba la culpa de su pena. Y en ambos lados enfrentados las Sombras comenzaron a apoderarse de las personas, ya metiéndose en sus pechos, ya sentándose sobre sus hombros, ya vendándoles los ojos y la mente. Y todos ellos, enfrentados en la Vigilia, acabaron reuniéndose, juntos, en el Sueño. Y aquél con la Sombra en las Manos reía. Y aquéllos con la segunda Sombra en el corazón ganaban y ganaban cosas para sí, pero siempre querían más. Y nada más les importaba.”
Mamá, qué cuento tan horrible, no me está gustando nada. “No todos los cuentos pueden siempre se buenos, mi cielo. A veces tienen que pasar cosas muy malas a sus personajes para que luego las cosas vayan a mejor. Lo importante, al fin y al cabo, es aprender algo de ellos.” Pero es difícil, mamá. El cuento ahora es muy complicado. Y además, estás hablando de una forma muy rara. “Lo siento, mi amor, es verdad que ahora mismo lo estoy enrevesando todo un poco. Pero es que los cuentos complicados a menudo se narran con unas palabras complicadas. Ha sido sin querer, mi vida, pero no te preocupes. Al cuento ya le falta poco para terminar…”
“El hombre, la mujer, el niño y sus amigos, que lo habían observado todo, terriblemente compungidos, decidieron que ya nada podían hacer, y quisieron continuar su camino, sin molestar a nadie. Pero no les dejaron. Cuando quisieron pasar, los hombres con la segunda Sombra en el corazón les detuvieron y les preguntaron que a quién apoyaban. Ellos respondieron que no apoyaban a nadie, que aquello no era asunto suyo, que solamente querían proseguir su viaje en paz. Los hombres con la segunda Sombra en el corazón les dijeron que aquello no era posible, que tenían que decidir, que ellos habían decidido que sí era asunto suyo. Que si no querían ayudar a nadie, se atuvieran a las consecuencias.” ¡Ay, mamá! “Tranquilo, hijo, ¿qué crees que hicieron el hombre, la mujer, el niño y sus amigos? ¡Salieron corriendo a toda velocidad!” ¿Y se salvaron? “Y se salvaron.” ¡Bieeen! “Por desgracia, mientras escapaban, oyeron voces terribles que les gritaban ¡Podéis huir, y esconderos, pero no para siempre!” No, mamá, no me digas que… “Chsss, cielo, tranquilo, tranquilo y escúchame. Sólo escúchame un poquito más. Ya falta poco, muy poco, para que entiendas por qué te estoy contando el cuento.”
“Porque era verdad, hijo mío, era verdad. No podían huir eternamente. Llegó el día en el que terribles hombres envueltos en Sombras alcanzaron a la familia y a sus amigos. Y de una forma u otra, a todos los fueron durmiendo, o se los llevaron. Y el hombre, el papá del niño, se despidió con lágrimas en los ojos de su mujer y su hijo, y pidiéndoles que fueran felices les obligó a continuar su viaje, siempre adelante, por el sendero, mientras él se quedaba atrás, para darles tiempo para escapar. Oh, hijo, no llores…” Es que es muy triste, mamá. “¿Pero sabes qué? Algo bueno le sucedió al hombre al final.” ¿Qué le sucedió, mamá?
“Que cuando el hombre estaba a punto de ser sumido en el Sueño vio a la Sombra. Pero no la vio detrás de él, como siempre. La Sombra no estaba en él tampoco, ni sobre él. Estaba delante, esperándolo. Y entonces, hijo mío, el hombre lo comprendió todo.” ¿Qué comprendió, mamá? “Que la Sombra, en realidad, nunca había estado detrás de él. La Sombra jamás lo había perseguido, jamás lo había acechado. Desde que había comenzado a andar, el hombre había estado siempre huyendo de un reflejo, de una ilusión, de un fantasma. De la sombra de una Sombra. Porque la Sombra, en realidad, siempre había estado delante de él, esperándolo, al final del Camino. Y también vio algo más.” ¿Qué más vio, mamá? “Lo que vio, hijo, mío, es que la Sombra era gris. No era una Sombra negra, no era una Sombra terrible. No era negra, ni blanca, porque era gris. Y la Sombra, comprendió el hombre, siempre, siempre, había sido gris. Y el hombre y la Sombra se tomaron el uno al otro de la mano y partieron, juntos, a buscar un nuevo camino para recorrer. Y lo último que pensó el hombre, antes de quedarse dormido, fue que ojalá su mujer, y su hijo, encontrasen algún día un sendero en el que poder soñar.”
Pasaron los segundos, en silencio, sin que nada se oyese más que los retumbos lejanos. Polvo, cenizas, se ven las estrellas bajo una luna nueva. Está triste y velada, oculta con nubes de lágrimas, porque no quiere ver.
Ha sido un final triste, pero también ha sido bonito. “¿Al final te ha gustado el cuento, mi cielo?” Creo que sí que me ha gustado, mamá. “¿Y lo has llegado a entender?” No estoy seguro, pero creo que un poquito, mamá. “Bueno, con un poquito es suficiente, mi vida. Con un poquito bastará. Ahora, solamente cierra los ojos, e intenta descansar.”
En una callejuela solitaria el frío viento muerde los huesos. Los hombres, esta noche, caminan sobre los techos y los tejados.
Mamá… ¿dónde está mi osito? No quiero dormir si no tengo a mi osito conmigo. “No sé dónde está el Señor Osito, mi cielo, quizás… quizás se haya perdido.” ¿Quizás se perdió y se lo han llevado los hombres malos? “Seguro que no, mi amor. Seguro que no se lo han llevado los…” Mamá, ¿por qué estás llorando? ¿Es porque el Señor Osito se ha perdido? ¿Es porque papá se ha marchado hace rato y no vuelve? ¿Dónde está papá, mamá, por qué papá no viene? “Sí, hijo mío, es por eso que estoy llorando, pero no te preocupes, mi vida, tu padre volverá pronto. A lo mejor… a lo mejor se encuentra con el Señor Osito y vuelven juntos. Seguro que vuelven juntos, cogiditos el uno del otro de la mano.” Mamá, no quiero dormir. Tengo miedo. Lo sé, hijo, lo sé, pero no te preocupes. Sólo duerme y descansa. Y sueña. Quizás sueñes con un mundo feliz. Con un sendero en el que poder soñar.” Pero mamá, tengo miedo. ¿Y si no vuelvo nunca a despertar? Los hombres del cuento se durmieron para siempre, y nunca más volvieron a soñar. “Tranquilo, mi vida, que yo estaré a tu lado, nada malo te pasará.” Mamá… ¿y si mientras estoy dormido alguien se me lleva? Como las personas que se llevaron a papá… “Tu madre está contigo, mi niño, no me separaré de ti, y tu padre… tu padre pronto volverá.” Mamá, tengo mucho miedo. Y frío. “Ya, ya, mi amor, no pasa nada. ¿No recuerdas el cuento? El miedo no es más que una sombra.” ¿Como la que llevaban en el corazón los hombres malos que hacían dormir a las personas? “No, hijo, ése era otro tipo de sombra. Yo hablo de la que perseguía al protagonista, ¿recuerdas?” ¿La que no era más que una ilusión? “Sí, esa, mi amor.” Mamá… “¿Qué, cielo, qué te inquieta ahora?” ¿Qué es la muerte? “Eso es complicado, hijo mío. Mañana te lo explicaré.” Pero mamá, siempre me dices lo mismo, y nunca me cuentas nada. “Te prometo que en cuanto te despiertes, te lo explicaré.” ¿Me lo prometes? “Te lo prometo.” Mamá, no llores, tú nunca lloras, tú siempre estás alegre, y sonríes, como la chica del cuento. ¿Por qué estás llorando? “Por nada, hijo, por nada, no te preocupes. Mañana te lo contaré.” ¿Es por la muerte, mamá? ¿Es algo malo la muerte, mamá?
Cuántas lágrimas deben ser derramadas. Cuántas palabras se deben callar. La mujer piensa que la muerte es llegar al final del tiempo que tenemos, y el tiempo en esta hora está a punto de terminar. Quiso decir que el tiempo es un recuerdo de un camino que hemos recorrido, y que por eso la muerte es no recordar. Que por eso la Muerte conoce, pero no tiene rostro, y es ciega. Quiso contarle que la muerte es irse del lado de alguien y no volver a verlo, ni a recordarlo, nunca más. La muerte es dormir para no volver a soñar. Y que existe en el mundo quien tiene esperanza, la esperanza de dormir eternamente para, en un mundo mejor, poder soñar. Pero lo que finalmente acabo diciendo fue
“Hijo… la muerte, ni es buena, ni es mala. La muerte, mi niño… sólo es un camino que llega al final.”
El odio, la ira, el miedo, la violencia, son como la muerte, piensa ella, llorando. Pero la muerte conoce, sin distinguir, y ellos no distinguen, pero sin conocer. Son ciegos y no tienen rostro, son mudos y no tienen voz. Pero tienen manos, y fuerza, y su existencia, como la de la Muerte, es una existencia infinita. El suelo se llena de sangre, y una figura envuelta en una capa inerte observa con un rostro vendado y sin rasgos. Las estrellas brillan, y los disparos, a lo lejos, suenan. Cuando aquí nos encuentren no tendremos rostro, piensa la mujer, porque no tendremos nombre. Y no tendremos nombre, porque no tendremos rostro.
–Mamá, tengo frío.
–Ya lo sé, mi vida. Duerme.
“Pronto, el frío desaparecerá.”

2 comentarios:

Anna Genovés dijo...

Si de verdad lo has soñado y te acuerdas de todo, ¡TELITAAA!!!

Hice una lista nueva -más bien MEGA LISTA- de blog premiados y te puse. Ests y el otro.

Soy ASÍNNN. Ann@

Fénix dijo...

Gracias, Anna, y a tí, Ángel.